2015-2016
Bienvenidos.
Vamos a leer un texto de Ana María Matute sobre el que tendréis que
responder ( en vuestro cuaderno) a las preguntas que se plantean.
Pocas cosas existen tan cargadas de magia como
las palabras de un cuento. Ese cuento breve, lleno de sugerencias,
dueño de un extraño poder que arrebata y pone alas hacia mundos
donde no existen ni el suelo ni el cielo. Los cuentos representan
uno de los aspectos más inolvidables e intensos de la primera
infancia. Todos los niños del mundo han escuchado cuentos. Ese
cuento que no debe escribirse y lleva de voz en voz paisajes y
figuras, movidos más por la imaginación del oyente que por la
palabra del narrador.
He llegado a creer que solamente existen
media docena de cuentos. Pero los cuentos son viajeros impenitentes.
Las alas de los cuentos van más allá y más rápido de lo que
lógicamente pueda creerse. Son los pueblos, las aldeas, los que
reciben a los cuentos. Por la noche, suavemente, y en invierno. Son
como el viento que se filtra, gimiendo, por las rendijas de las
puertas. Que se cuela, hasta los huesos, con un estremecimiento
sutil y hondo. Hay, incluso, ciertos cuentos que casi obligan a
abrigarse más, a arrebujarse junto al fuego, con las manos
escondidas y los ojos cerrados.
Los pueblos, digo, los reciben de noche.
Desde hace miles de años que llegan a través de las montañas, y
duermen en las casas, en los rincones del granero, en el fuego. De
paso, como peregrinos. Por eso son los viejos, desvelados y
nostálgicos, quienes los cuentan.
Los cuentos son renegados, vagabundos, con
algo de la inconsciencia y crueldad infantil, con algo de su
misterio. Hacen llorar o reír, se olvidan de donde nacieron, se
adaptan a los trajes y a las costumbres de allí donde los reciben.
Sí, realmente, no hay más de media docena de cuentos. Pero ¡cuántos
hijos van dejándose por el camino!
Mi abuela me contaba, cuando yo era
pequeña, la historia de la Niña de Nieve. Esta niña de nieve, en sus
labios, quedaba irremisiblemente emplazada en aquel paisaje de
nuestras montañas, en una alta sierra de la vieja Castilla. Los
campesinos del cuento eran para mí una pareja de labradores de tez
oscura y áspera, de lacónicas palabras y mirada perdida, como yo los
había visto en nuestra tierra. Un día el campesino de este cuento
vio nevar. Yo veía entonces, con sus ojos, un invierno serrano, con
esqueletos negros de árboles cubiertos de humedad, con centelleo de
estrellas. Veía largos caminos, montañas arriba, y aquel cielo gris,
con sus largas nubes, que tenían un relieve de piedras. El hombre
del cuento, que vio nevar, estaba muy triste porque no tenía hijos.
Salió a la nieve, y, con ella, hizo una niña. Su mujer le miraba
desde la ventana. Mi abuela explicaba: «No le salieron muy bien los
pies. Entró en la casa y su mujer le trajo una sartén. Así, los
moldearon lo mejor que pudieron.» La imagen no puede ser más
confusa. Sin embargo, para mí, en aquel tiempo, nada había más
natural. Yo veía perfectamente a la mujer, que traía una sartén
negra como el hollín. Sobre ella la nieve de la niña resaltaba
blanca, viva. Y yo seguía viendo, claramente, cómo el viejo
campesino moldeaba los pequeños pies. «La niña empezó entonces a
hablar», continuaba mi abuela. Aquí se obraba el milagro del cuento.
Su magia inundaba el corazón con una lluvia dulce, punzante. Y
empezaba a temblar un mundo nuevo e inquieto. Era también tan
natural que la niña de nieve empezase a hablar... En labios de mi
abuela, dentro del cuento y del paisaje, no podía ser de otro modo.
Mi abuela decía, luego, que la niña de nieve creció hasta los siete
años. Pero llegó la noche de San Juan. En el cuento, la noche de San
Juan tiene un olor, una temperatura y una luz que no existen en la
realidad. La noche de San Juan es una noche exclusivamente para los
cuentos. En el que ahora me ocupa también hubo hogueras, como es de
rigor. Y mi abuela me decía: «Todos los niños saltaban por encima
del fuego, pero la niña de nieve tenía miedo. Al fin, tanto se
burlaron de ella, que se decidió. Y entonces, ¿sabes qué es lo que
le pasó a la niña de nieve?» Sí, yo lo imaginaba bien. La veía
volverse blanda, hasta derretirse. Desaparecería para siempre. «¿Y
no apagaba el fuego?», preguntaba yo, con un vago deseo. ¡Ah!, pero
eso mi abuela no lo sabía. Sólo sabía que los ancianos campesinos
lloraron mucho la pérdida de su pequeña niña.
No hace mucho tiempo me enteré de que el
cuento de la Niña de Nieve, que mi abuela recogiera de labios de la
suya, era en realidad una antigua leyenda ucraniana. Pero ¡qué
diferente, en labios de mi abuela, a como la leí! La niña de nieve
atravesó montañas y ríos, calzó altas botas de fieltro, zuecos, fue
descalza o con abarcas, vistió falda roja o blanca, fue rubia o de
cabello negro, se adornó con monedas de oro o botones de cobre, y
llegó a mí, siendo niña, con justillo negro y rodetes de trenza
arrollados a los lados de la cabeza. La niña de nieve se iría luego,
digo yo, como esos pájaros que buscan eternamente, en los cuentos,
los fabulosos países donde brilla siempre el sol. Y allí, en vez de
fundirse y desaparecer, seguirá viva y helada, con otro vestido,
otra lengua, convirtiéndose en agua todos los días sobre ese fuego
que, bien sea en un bosque, bien en un hogar cualquiera, está
encendiéndose todos los días para ella. El cuento de la niña de
nieve, como el cuento del hermano bueno y el hermano malo, como el
del avaro y el del tercer hijo tonto, como el de la madrastra y el
hada buena, viajará todos los días y a través de todas las tierras.
Allí a la aldea donde no se conocía el tren, el cuento caminando.
El cuento es astuto. Se filtra en el vino,
en las lenguas de las viejas, en las historias de los santos. Se
vuelve melodía torpe en la garganta de un caminante que bebe en la
taberna y toca la bandurria. Se esconde en los cruces de los
caminos, en los cementerios, en la oscuridad de los pajares. El
cuento se va, pero deja sus huellas. Y aun las arrastra por el
camino, como van ladrando los perros tras los carros, carretera
adelante.
El cuento llega y se marcha por la noche,
llevándose debajo de las alas la rara zozobra de los niños. A
escondidas, pegándose al frío y a las cunetas, va huyendo. A veces
pícaro, o inocente, o cruel. O alegre, o triste. Siempre, robando
una nostalgia, con su viejo corazón de vagabundo.
FIN
Enlace al texto: http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/opin/matute01.htm
http://www.abc.es/gestordocumental/uploads/Cultura/CuentosVagabundos.pdf
Vídeo Matute: https://www.youtube.com/watch?v=OBdahjVGdF4
Preguntas:
A.COMPRENSIÓN
1. Haz un resumen del texto.
2. ¿Qué opinión tiene la narradora sobre los cuentos? ¿En qué reside su magia?¿Por qué dice que tienen: "corazón de vagabundo"?
3. ¿Qué tipo de texto es según su modalidad?¿Qué tipo de narrador aparece? Justifica con ejemplos extraídos del texto.
4. ¿Qué significa la oración: "se vuelve melodía torpe en la garganta de un caminante que bebe en la taberna"?
5. Busca en el diccionario las palabras en negrita y copia la definición que se ajusta al significado que tienen en el texto.
6. Localiza las figuras literarias del texto.
B. CONOCIMIENTO DE LA LENGUA
1. Analiza las siguientes formas verbales: " representan, he llegado, iría, conocía, pegándose"
2. Pasa a pasiva: " la niña de nieve atravesó montañas y ríos".
3. Di de qué tipo son las perífrasis: " debe escribirse, he llegado a creer, van ladrando, empezaba a temblar"
( si no las recuerdas puedes consultar el siguiente enlace: http://www.materialesdelengua.org/LENGUA/morfologia/perifrasis/perifrasisverbales.htm
4.
Analiza sintácticamente: " Cuando yo era pequeña, mi abuela me contaba la historia de la Niña de Nieve", existen "He llegado a creer que solamente existen media docena de cuentos".
C. EXPRESIÓN ESCRITA
1. Escribe una opinión argumentada ( 10 líneas) sobre la importancia que tiene para ti la Literatura.
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